Revista Académica Divulgativa Arjé, Julio - Diciembre 2020, Volumen 3, Número 2
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Huellas talentosas
l pueblo de Quirquenia vivía mil años
de bonanza, las tierras eran fértiles, los
inviernos y veranos nunca fueron ex-
tremos, las personas solo morían cuando que-
rían envejecer y todos eran millonarios, pero
debían cumplir una sola ley, la cual les impe-
día salir del pueblo sin autorización del sabio.
No obstante, nadie necesitaba viajar más allá
de las grandes montañas, salvo que comercia-
lizara productos con los pueblos más cercanos.
En temporada de cosecha de maíz, las mazor-
cas contenían granos de oro, por lo cual era
común ver a mujeres de largos vestidos con
un canasto para recoger los vegetales y frutos
frescos en las colinas desconocidas, ya que los
dueños de las cosechas disfrutaban compartir
lo que producían sin esperar nada a cambio.
Nunca fue bien visto presumir ante su vecino,
por el contrario, nadie cenaba sin asegurarse
que su colindante tuviera al menos doce por-
ciones distintas de alimentos en la mesa para
disfrutar con su familia.
Una noche, el tenaz de Quirquenia salió del
pueblo en la madrugada, sin avisar al sabio,
tomó los frutos más secos que tenía guardados
en su casa para llevarlos como provisiones a
lo largo del camino y no pasar hambre hasta
llegar al pueblo más cercano donde vendería
el maíz que sus vecinos le obsequiaron para
consumo familiar. Ese mismo día, por la tarde,
el tenaz volvió a Quirquenia con un costal de
monedas infectadas con el odio y la avaricia.
Cuatro lunas bastaron para que todo el pue-
blo se llenara de miseria, plagado de egoísmo
entre las personas, se convirtió en un lugar de
antipatía y reproche.
Las tierras no volvieron a ser fértiles, los inviernos
pasaron a ser áridos y fríos, se pasaba hambre.
En verano morían de sed y los que sobrevivían
envejecían tan rápido que no podían trabajar
más. Las personas robaban frutos para vender-
los en el pueblo más cercano por dos o tres
monedas de plata, nadie volvió a preocupar-
se por el vecino y los dueños de las cosechas
cercaban sus terrenos con arbustos de espinas.
Basta con decir, que en solo veinte lunas ya na-
die era millonario.
Un día el sabio se encontró con el tenaz de
Quirquenia, este último, tratando de mantener
oculto su secreto y para solventar lo ocurrido,
le preguntó al sabio sobre la razón de los males
que acechaban al pueblo. Ante eso, el sabio
respondió:
—Tan secos son los frutos como la tierra es infér-
til, es obvio, no puede haber buena cosecha si
el terreno es estéril como también está infecun-
do el suelo, porque la semilla es venenosa.
El tenaz sorprendido respondió:
—¿Qué debemos hacer primero arar la tierra
o recoger las semillas, que dices, que son ve-
nenosas? ¿Qué debemos hacer para no enve-
jecer?
El sabio le contestó:
E
Allan G. Morales Vargas
https://orcid.org/0000-0002-2518-4278
Huellas talentosas
El sabio y el tenaz de Quirquenia
allanmoralesvargas@gmail.com
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Huellas talentosas
—Cuando el culpable acepte sus errores y libe-
re hasta la última moneda del costal para que
vea la luz del sol, sin pedir nada a cambio, no
necesitará de la madrugada para ocultarse ni
de frutos secos para alimentarse. Los arbustos
no producirán espinas, de la tierra germinará la
semilla que dejará de ser venenosa y en otras
veinte lunas las personas de Quirquenia com-
partirán su comida, protegerán a quienes más
lo necesiten y no habrá sed... ¿Cuánto más
quieres envejecer?