Dr. Giovanni Beluche Velásquez
Coordinador del Programa de Formación Humanística de la UTN
gbeluche@utn.ac.cr
https://orcid.org/0000-0001-9125-2649
I S S N : 2 2 1 5 - 5 5 3 8 E n e r o a J u n i o , 2 0 2 1 V o l u m e n 4 , N ú m e r o 1
E D I T O R I A L
Bicentenario en contextos de pandemia:
El derecho a la educación
Presentación
Este editorial se inspira en una entrevista que me realizó el Centro
Internacional de Investigaciones Otras Voces en Educación, al inicio de la
pandemia del Covid 19 en el año 2020. La otra fuente de este trabajo radica
en mi experiencia como académico en distintos programas universitarios en
América Central y, particularmente, en la formación de personas educadoras
a nivel de grado y posgrado en universidades públicas y privadas.
Destaco, con especial afecto a la Universidad Técnica Nacional (UTN), en la
que me he desempeñado en docencia, extensión, investigación, producción
y como Coordinador del Programa de Formación Humanística. El trabajo en
la UTN ha sido propicio para aprender de mis estimables colegas, de mis
estudiantes (dentro y fuera de las aulas) y en el trabajo de campo.
Quiero expresar mi gratitud por tener la oportunidad de compartir ideas en
este espacio de reflexión, que nos ofrece la Revista Académica Divulgativa
Arjé, en este año de conmemoración del Bicentenario de nuestra
independencia. Esta revista nos posibilita compartir con colegas de la UTN y
de otras instituciones de educación del país y de pueblos hermanos; sobre
todo en estos momentos que demandamos de encuentros y diálogos para
afrontar los desafíos de una educación al servicio de las comunidades y de la
madre tierra.
1. El Covid 19 y el derecho a la educación
Tanto en las universidades privadas como en las públicas, la mayoría de sus
carreras fueron diseñadas para darse bajo la modalidad presencial. La
emergencia obligó a transformar los cursos en modalidades a distancia,
algunos se prestan con mayor facilidad y otros son más complicados. La
pandemia del Covid 19 ha afectado el derecho a la educación en todos los
niveles educativos, sobre todo por el limitado acceso a tecnologías de la
información y la comunicación de amplios sectores sociales. Limitaciones
que son fruto de las inequidades sociales de vieja data y que la pandemia
ayudó a evidenciar.
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En las universidades privadas y en los programas de maestría de las
universidades públicas, las limitaciones han sido menores, por la condición
socioeconómica de las y los estudiantes, en su mayoría profesionales en
ejercicio que tienen celulares, computadoras o tabletas, además de acceso a
Internet. La mayor dificultad radica en la posibilidad de las y los estudiantes
universitarios, provenientes de hogares en condiciones de pobreza material,
para conectarse a las plataformas electrónicas ofrecidas por las
universidades, con el agravante de la pérdida de empleos de sus familiares y
de sí mismos. Muchos aprendientes no tienen posibilidades de pagar el
acceso a estos ambientes tecnológicos; otros trabajan en el comercio y
empresas que pagan el salario mínimo. Las personas jornaleras de zonas
rurales normalmente ni salario mínimo reciben, principalmente si son
migrantes en condición irregular.
La crisis evidenció las desigualdades sociales de un país como Costa Rica, en
un marco algo contradictorio. La cobertura y penetración de las
universidades públicas en las comunidades y sectores en desventaja social
es destacable, gracias a los sistemas de becas y a la presencia de sedes
regionales en muchas zonas remotas. Sin embargo, la conectividad a la red y
la tenencia de los equipos necesarios es limitada en tales sectores humildes,
por lo que han quedado excluidos del derecho a la educación. La
desigualdad de acceso también se presenta entre las y los educadores. Esto
es un problema societal propio de las desigualdades sociales y los bajos
ingresos de las familias, un efecto del modelo de acumulación vigente y no
es responsabilidad exclusiva de las universidades públicas y del sector
educación.
La emergencia del Covid 19 genera una obsesión por la virtualización de los
cursos, como si hubiéramos entrado en una posmodernidad en la que el
docente que no logre transformar sus cursos en virtuales, es un sujeto atado
a la prehistoria. Sin negar la necesaria inclusión de las tecnologías, desde la
pedagogía crítica debemos alzar la voz, reivindicar que la formación
demanda de una relacionalidad dialógica, un encuentro con los otros y las
otras, desde una presencialidad que permite corporizar un pensamiento-
acción pedagógica que cobra vida en la interacción de la clase universitaria.
En el encuentro cálido, amoroso, respetuoso, combativo y dialógico que
tiene su génesis en ese territorio desde donde debemos trabajar.
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2. Reflexiones para superar los retos del sistema educativo
Primero, debo aclarar que esta reflexión la forjo a partir del corazonar que he
podido construir gracias a la generosidad de decenas de educadores y
educadoras del continente, con quienes he tenido la oportunidad de
desaprender y aprender en el transcurso de estos años.
La crisis provocada por la pandemia es muy grave y profunda, sus efectos
serán duraderos y se requerirá de esfuerzos inéditos para superarla. Hay que
pensar para lo inmediato y para lo estratégico, comprendiendo que estamos
en un punto de inflexión que bien pudiera ser una oportunidad para
reconstruir el sistema educativo desde nuevas bases. No quiero detenerme
mucho en lo inmediato, lo cual pasa por solventar las carencias
mencionadas antes, relacionadas con la conectividad, facilitar
computadoras y tarjetas de acceso a Internet. Cuando las autoridades
sanitarias lo autoricen y guardando el distanciamiento, usando mascarillas y
demás, habrá que habilitar planes remediales para compensar el tiempo de
aislamiento. Ahora, la prioridad debe ser el cuido de la salud física y mental
de las familias, lo que incluye la alimentación.
Podemos aprovechar el distanciamiento social para avanzar algunas
reflexiones sobre la necesaria transformación del sistema educativo, válidas
desde antes de esta crisis y que nos ayudarían a salir fortalecidos. Algunos
economistas dicen que la profundidad de esta crisis supera los efectos del
llamado crack de 1929, superarla conlleva una alta dosis de colectivismo y
menos individualismo. Desde la educación es la oportunidad para
trascender los centros formativos y edificar comunidades educativas, en las
que se articulan Estado, docentes, familias, estudiantes y comunidades. Lo
antes dicho, tiene varias implicaciones para la formación de maestras y
maestros.
Hay que superar la idea de que la cognición se limita a procesos racionales,
entendiendo que las emociones, las percepciones y los pensamientos
constituyen una ecuación que da lugar a la acción. Las y los educadores
comprometidos con la creación de comunidades educativas son capaces de
revisar las diferentes dimensiones del quehacer pedagógico: la mediación, la
evaluación sumativa y formativa, el uso de tecnologías de información y
comunicación, los materiales didácticos, los vínculos con las comunidades,
entre otros.
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La capacidad de diálogo sincero facilita alianzas con estudiantes, padres,
madres, líderes comunales y demás fuerzas vivas presentes en el entorno. Se
nutre del conocimiento del contexto que puede alcanzarse mediante la
extensión y la investigación acción participativa. La comunidad deja de
verse como fuente de información y se constituye como actor en el devenir
de su propio destino. Las maestras y maestros formados en la pedagogía
crítica, son personas inspiradoras, orientan procesos, hacen propuestas,
ayudan a dar forma a las ideas de las personas comuneras, enseñan a
gestionar ante la institucionalidad y, principalmente, estimulan la auto
organización comunitaria.
Las personas docentes formadas en la pedagogía crítica, también, enseñan
con la desobediencia ética en su lucha contra un sistema burocrático que
hegemoniza y les impide atender con seriedad, entrega y compromiso lo
que demanda su pueblo, su país, y el mundo.
La universidad debe proporcionarles la formación interdisciplinaria que
necesitan para afrontar estos desafíos. No se trata de que las maestras y
maestros tengan una formación enciclopédica, sino que posean capacidad
para dialogar con la realidad, con su pueblo y con profesionales de diversas
disciplinas. Pero, no basta con la formación durante la carrera, la
complejidad de los desafíos obliga a acceder a la formación continua,
ofertada por las universidades, redes de docentes y por el propio Ministerio
de Educación Pública, que favorezca el intercambio de experiencias entre
pares nacionales e internacionales.
Aspiramos a un sistema educativo que favorezca la metacognición y la
producción social del conocimiento. Para lograrlo, las y los docentes tienen
que transferir paulatinamente la centralidad del trabajo en el aula hacia las y
los estudiantes. Ir más allá del aula, conscientes de que la formación de la
niñez y las juventudes oscila entre la escuela, las familias y las comunidades.
Las personas docentes acompañan, facilitan, orientan, estudian, generan
preguntas y escenarios de aprendizaje con profesionalismo y amorosidad.
Así procuraremos que el sistema vaya alejándose de la estructura de
asignaturas en favor de una concepción más holística, crítica, vivencial y
significativa.
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Pasar de centros educativos a comunidades educativas, escuelas de tiempo
completo, abiertas para que las comunidades aprovechen en las noches o
los fines de semana la inversión en infraestructura que se hizo con recursos
públicos. Las maestras y maestros son agentes dinamizadores de nuevas
relaciones sociales en las comunidades, eso consume tiempo y esfuerzos. No
pueden seguir esclavizados con tanta labor burocrática, desgastante,
informes, entre otros.
Las personas educadoras deben comprender que son fundamentales para
construir un proyecto civilizatorio alternativo, por eso deben estudiar y exigir
a las universidades donde se forman, el acompañamiento permanente para
enarbolar el pensamiento y la acción crítica en su caminar.
Necesitamos dar vida a un proyecto sociopolítico pertinente para el logro de
comunidades saludables, solidarias, críticas y colmadas de bienestar; las y los
educadoras históricamente nos han inspirado como sociedad, basta conocer
el caminar de Carmen Lira, Luisa González, Omar Dengo y tantas otras en el
caso costarricense y cientos más en nuestro continente. Pero no podemos
dejar solos a las y los maestros en esa irrenunciable tarea, la educación es un
deber de todas y todos; por eso requerimos claridad ideológica, política y
ética del trabajo que toca aportar para construir el mundo que merecemos
vivir.
La realidad es desafiante, los grupos de poder económico y político están
imponiendo su agenda egoísta, desmontando el Estado Social de Derecho
en el que la salud y la educación pública son pilares fundamentales. Los
resultados son evidentes en el incremento de la pobreza material, la
desigualdad social y la desesperanza que invade a miles de hogares
costarricenses. Hay que confrontar, proponer, movilizarse y atreverse a dar
pequeños pasos con un destino claro, hacer que el mundo sea habitable,
solidario, lleno de paz y en armonía con la madre tierra.
¡Otro mundo es posible!
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