Revista Académica Divulgativa Arjé
ISSN: 2215-5538 Enero a Julio, 2022 Volumen 5, Número 1
Segmento especial
https://doi.org/10.5281/zenodo.7015563
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concebir a la naturaleza como un Otro, como un ser vivo, sensible y que convive
con nuestra especie, y que, además, provee todos los ciclos fundamentales, a
los cuales los humanos pertenecen, para mantener un equilibrio que permite la
vida, tal y como se conoce.
Esto implicaría que dentro de nuestra cosmovisión se abandone la idea de que
la naturaleza, y los elementos que la conforman son simples recursos naturales,
sino que son seres que tienen derechos y necesidades básicas que deben
satisfacer, y que, además, de una u otra forma, están emparentados con la
humanidad, pues como expone Jesús Mosterín (2014) en su libro El triunfo de la
compasión, “estar emparentado con alguien significa compartir con él ancestros
comunes” (p. 55) y, a estas alturas de nuestra vida, es imposible negar el vínculo
que la humanidad tiene con la naturaleza y con el resto del universo, pues las
evidencias científicas del Big Bang, la evolución del planeta Tierra y el desarrollo
de la vida, señalan todos los seres vivos comparten ancestros en común, y su
existencia tiene como origen el mismo organismo unicelular, un procario primitivo
el cual hemos heredado todos los rasgos esenciales de la vida.
Lo segundo, es que, a diferencia de los humanos, al considerar a la naturaleza
como un ser sin agencia moral, entendiendo esta, según explica Richard (2016),
como el ejercicio conjunto de disposiciones psicológicas, dentro de las cuales se