Revista Arjé: Mediación Pedagógica a través de la divulgación y la ciencia
E-ISSN: 2215-5538, Vol. 5, N.º 2
Julio a diciembre, 2022
Huellas talentosas
Pacheco, S. Una leyenda
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Una leyenda
Había llegado a la escuela recién al comenzar las primeras lluvias.
No había en él nada que lo hiciera diferente de los demás muchachos del
pueblo y, sin embargo, parecía constantemente rehuir los juegos y
propuestas que le hacíamos para, de alguna forma, incorporarlo al grupo.
Eso sí, su evasión se revestía de una educación y un conocimiento
profundo de las buenas costumbres que, en nuestro pueblo, tan perdido
en las montañas y tan sembrado de oscuros nubarrones, se notaban
fácilmente.
El tenerlo sentado en clase a mi diestra durante los largos meses del
invierno en la montaña, produjo un acercamiento entre él y yo que, si
bien es cierto distaba mucho de ser una pura amistad, si se transformó,
paulatinamente, en el único contacto que tuvo entre su mundo y el
nuestro.
Durante los recreos, gustaba de alejarse a algún rincón del enorme campo
de juegos con que contaba la escuela y sin más, leía y releía algunas obras
que, según me confesó más tarde, trataban las tragedias clásicas del
teatro de la época renacentista. Mucho me intrigaba semejante hecho
pues, a nuestra edad, pocos o ninguno de los muchachos compartíamos
Sergio Pacheco Soto
Universidad Técnica Nacional, Costa Rica
spacheco@utn.ac.cr
https://orcid.org/0000-0002-7963-9901
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tal devoción por ningún documento que tuviera demasiadas hojas
escritas.
Un día en que me encontraba vagabundeando con mi perro, lo descubrí
por pura casualidad, a orillas del río que descendía de las altas montañas,
mientras recitaba a viva voz algunos tercetos que, por su dificultad
histriónica, no podría en este momento recordar o repetir. Mi compañero
nunca se enteró de tal hecho.
Todo esto acrecentaba muchísimo mi interés por tan extraño
comportamiento y me propuse, entonces, tratar de penetrar el mundo
que tan misterioso se presentaba a mis sentidos. Lo primero que traté de
averiguar fue el motivo por el cual una familia, tan respetada y refinada,
como la suya había escogido un pueblo tan retirado para instalar su casa.
Me explicó entonces que los problemas de salud de su anciano padre los
había obligado a dejar las ciudades centrales y buscar un aire más puro
en los montes que sembraban el país. El viejo, gran negociante durante
toda su vida, había podido acumular una gran fortuna, por tal motivo pudo
llevar además a toda la familia por Europa y Asia, pues la naturaleza de
sus negocios se lo exigían. A esto se debía, según mis deducciones, el
origen de su marcado refinamiento y educación, pues era un chico que
conocía grandes ciudades como París, Londres o San Petersburgo, pero
aún no conseguía explicarme su gran afición por el teatro.
Cierta vez faltó durante algunos días a la escuela, aludiendo problemas
de salud por lo que nuestra maestra, conocedora de mi poca pero única
relación afectiva con el niño enfermo me propuso que le hiciera llegar la
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materia vista en clase para que la repasara en su casa. Tal hecho abría
la posibilidad de visitar la enorme mansión que se levantaba en las
afueras del pueblo media perdida en un regular bosque de jaúles y que
servía de casa de habitación de mi extraño amigo.
Al irme aproximando pude notar las enormes paredes que formaban la
mansión ya cubierta por algún tipo de enredadera, lo que le daba un
aspecto más viejo de lo que en realidad eran, mientras algunos ladrillos
con que fue edificada se encontraban expuestos.
Sus enormes ventanas de arco se hallaban a una altura considerable, lo
que me hizo pensar en la cantidad de pisos que tendría la casa, pero lo
más impresionante era su fachada: trabajada con los más finos
mármoles, grandes columnas jónicas se alzaban hasta rematar con
capiteles bellamente decorados. La escalera de acceso, de doble anchura,
se encontraba rodeada por cornisas finamente talladas, mientras que las
aplicaciones de las puertas dejaban ver el uso de las más exóticas
maderas.
Me hallaba contemplando la inmensidad de la obra cuando, a mis
espaldas, escuché el movimiento brusco producido por una persona
emprendiendo una carrera desordenada entre los jardines bellamente
tratados. Al volverme de súbito, pude observar un anciano que huía
temeroso, exhibiendo sus andrajos y balbuceando en un idioma extraño,
como pidiendo clemencia…
La aparición del mayordomo en la puerta hizo desaparecer la impresión
que tan extraña persona me había infundido. El hombre me condujo al
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primer aposento. Mientras me encontraba en la gran sala donde se me
ordenó esperar, pude apreciar grandes cuadros por toda la estancia. En
este lugar, predominaban los tonos sepia producto probablemente de las
pesadas y sombrías cortinas, que caían hasta el suelo y que permitían con
dificultad la entrada de los rayos del sol.
Absorto en mis cavilaciones, sentí de pronto un saludo casi susurrado a
mis espaldas que me hizo estremecer. Era mi compañero, quien al ver mi
turbación se disculpó no sin dejar entrever una risa reprimida.
Me agradeció mucho el gesto de visitar su casa y para asombro mío, me
propuso que le acompañara por la tarde para conversar y jugar con un
sinnúmero de juguetes traídos de los países más lejanos. En su habitación
pude ver gran cantidad de libros; unos nuevos y deshojados otros.
Comprendí que era el momento oportuno para interrogarlo sobre su
marcada inclinación.
No pareció impresionarse por mi pregunta.
Mirándome fijamente, me contó que su gran afición por el teatro se debía
a la influencia de un viejo andrajoso con el que toparon en cierta ocasión
en Italia a la salida de una función. Ese día llovía a cántaros por lo que su
padre, inspirado por la misericordia, decidió emplearlo como jardinero.
Unos años más tarde, emprendía el viaje a estas montañas. El viejo
también los acompañó.
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Siempre que tenía la oportunidad, este jardinero contaba al chico grandes
escenas de obras olvidadas, en lugares que no existían y llevadas por
personajes insondables…
-Sin embargo, ahora mi padre no me permite verlo mucho- me confesó-.
-Y, ¿por qué? le inquirí yo.
-Pues, porque dice que está loco.
-Y ¿a qué se deberá tal pensamiento? volví a preguntar.
-Mi padre dice que está loco, porque vive contando que es inmortal, que
amó como nunca antes se ha amado a nadie, y que ese amor lo hará
perdurar por todos los siglos.
-Pues ¡qué raro!, en el pueblo hay una vieja llamada Julieta que cuenta
una historia muy parecida dije yo ¿Cómo dices que se llama el viejo?
-Romeo-.