Revista Arjé: Mediación Pedagógica a través de la divulgación y la ciencia
E-ISSN: 2215-5538, Vol. 5, N.º 2
Julio a diciembre, 2022
Contanos tu historia
Rodríguez, A. Recopilación de la biografía de diferentes personas invitadas
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el viento salino del mar que, a su vez, arrastró consigo el aroma dulce
de los cocoteros, los almendros, los guindos, los groselleros, las acacias
y las resedas. No resulta, pues, extraño, que, habiendo nacido en un
lugar verdaderamente paradisíaco, mi espíritu se haya inclinado por los
estudios filológicos, donde el lenguaje articulado y la literatura como
su manifestación artística por excelencia, constituyen los ejes
fundamentales de su quehacer.
Realicé mis estudios de primaria en la muy antigua y ya desaparecida
Escuela Pública de Varones, que luego de 1921, y en honor a uno de
sus muy abnegados docentes, pasó a llamarse Escuela Antonio Gámez
González. Los años de secundaria, imborrables, los cursé en la que los
porteños muy orgullosamente han llamado la Casa Grande, y es que
cómo no será grande si lleva el nombre de José Martí, el gran maestro
y apóstol de la libertad cubana.
Tanto en los estudios primarios como secundarios tuve extraordinarios
docentes, que terminaron de moldear mi espíritu y desarrollar en mí
una gran sensibilidad por las grandes creaciones artísticas de la
humanidad, en especial por la literatura; mis primeras lecturas, quizás
un poco desordenadas, me hicieron entrar en contacto con los clásicos
griegos, y luego desfilaron los grandes maestros de las letras
occidentales: Verne, Salgari, Galdós, Shakespeare, Goldoni, Chejov,
Garcilaso, Lope de Vega, Dostoievski, Dickens, Calderón, Góngora, Sor
Juana, Rulfo, Guillén y García Márquez; sin faltar, por supuesto, los
grandes textos: la Biblia, las Mil y una noches y el Quijote. De todos
ellos aprendí los avatares de la existencia: los peligros, las alegrías y
las tristezas que, necesariamente, debemos enfrentar a lo largo de
nuestra vida y como consecuencia única del hecho de estar vivos.
También aprendí y comprendí que el lenguaje articulado, ese don tan
humano y que, precisamente por ello pasa inadvertido muchas veces,