determinación férrea de hacer todo lo que puedas para que aquello funcione,
es algo que se puede cultivar y se puede cambiar a lo largo de la vida.
Este planteamiento sobre la esperanza abre una ventana para la comprensión
del poder de la educación en valores, con el fin de promover el cambio de
rumbo aún en medio de las dificultades, de la decepción, de la frustración y
el desencanto, emociones válidas y conocidas por todos nosotros.
La capacidad humana, ese intelecto humano como lo describe Goodall, es uno
de los principios básicos para tener esperanza, esta capacidad de crear ha
permitido hasta el día de hoy el desarrollo innovador para resolver problemas,
también ese mismo intelecto ha servido para la destrucción masiva sobre la
vida, entonces cómo tener esperanza en el intelecto humano.
Por consiguiente, es preciso analizar, ¿qué aspectos o elementos pueden
balancear la capacidad humana para la construcción o la destrucción?
Así como, replantear la forma de observar la historia de la humanidad para
aprender de los aciertos y desaciertos, quizá conectar con la naturaleza y los
saberes ancestrales, y mediar las relaciones humanas con la tecnología que
como parte del todo permite ampliar el entendimiento de las oportunidades,
para realizar acciones congruentes con el bien-estar común desde la
educación transformadora, esa educación que abraza, de manera tierna, la
esperanza de un mundo diferente y posible para todos.
En esta misma línea, si la experiencia humana aboga por compartir una
mirada de esperanza en el recuento de los días y de los espacios educativos,
si además tenemos metas y objetivos comunes, si cultivamos valores por el
bien de los demás y no solo el propio, podemos entonces experimentar la
sensación de esperanza aún en momentos difíciles.
En medio de las tormentas que están presentes en la vida, siempre se
encontrará a ese otro con quien compartir el proceso educativo, ese otro con