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Huellas talentosas
En el marco del
Taller de Escritura
Creativa y Cuentería
impartido por el
profesor Rodolfo
González Ulloa,
el Grupo Ágape
presenta:
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De la autora Aida Gutiérrez Díaz:
Dedicatoria: con cariño a mi querido hijo Pablo, enero 1981.
Vivencias
Te sentí primero, luego te vi y oí
y he seguido mirando tu metamorfosis en el tiempo
y doy gracia a Dios por cada momento
vivido junto a ti
Te miro y a veces
me parece increíble
que pueda llamarte mío
sí, mi pequeño,
pequeño y gran amor.
A veces he sentido celos por ti,
celos y miedo porque te separes de mí.
Quisiera retenerte, así de pequeño,
que siempre pudieras ser mío,
poder arrullarte en mis brazos
y besarte a mi antojo.
Pero no, esto terminará.
Dios y el tiempo harán que se termine
porque así tiene que ser
y porque en mis oraciones
le pido a Dios que te haga grande,
grande tu cuerpo y grande tu alma
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y me revelo al mirarte a través del tiempo
por no haber sabido detenerlo
por no haberte dejado
así de pequeño como antes
así de mío, porque ya no lo eres,
porque ya no soy tu mundo,
porque ya no puedo besarte como antes,
y prefieres otros besos
y otros brazos te arrullan
y ahora que te estoy contemplando en tu mundo
Me revelo por mi rebeldía.
Porque la razón se impone ante mi locura cruel
y debo dejar que cada día
te alejes lentamente de mí,
para formar tu propio yo.
Y entonces me sentiré
orgullosa de haberte guiado,
y en mi memoria tendré
un gran archivo preciado
que por siempre llevaré
y la vida compartida
Entre un hijo y una madre.
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De la autora Gylliam Rojas Costa:
Mi calle, mis retratos, canjeando con la vida
De niña, escuchando a mi abuela al dar una dirección, descubrí las varas, no
se hablaba de metros, "100 varas al norte, 50 varas al sur", y así nació en 100
varas, mi vieja calle, de la vieja cárcel 100 varas al norte, del parque Central
200 varas al norte.
Está distancia era lo que separaba a las dos casas centenarias en las que crecí.
La más vieja ya dividida entre una parte dedicada al comercio, con un
abastecedor, luego un Bar Restaurante y en la cual siempre estuvo una amplia
ventana hacia la calle, donde muchos disfrutaron de ricos tacos, tortas,
tortillas tostadas y ravioles y el resto de la propiedad de mis bisabuelos, fue
mi casa.
Pero yo tenía mi otra casa, la de mi abuela, donde dormía muchas noches,
donde tuve mi jardín encantado, con mi preciosa casita de muñecas, donde
pasé mi niñez y parte de mi juventud, en ésta conocí a muchos antepasados
y familiares, a los muertos por medio de fotos y unos impresionantes retratos
guinda dos en una enorme sala, de muebles raros y espejos con marcos del
piso al techo, en éste reino estaban doña Jesusita, lánguida casi transparente,
etérea y, por ello, algo irreal, en una pared, y antagónicamente en otra doña
Hermelinda, ropa oscura, rostro severo, siempre pensé que no eran amigas,
un bello retrato de una tía abuela, que murió muy joven y como rey de todo
este espacio, el de mi abuelo, a la par de su sombrero y bastón, con esa cara
dulce y mirada calma, lograba la armonía del lugar.
A estas alturas del camino, cuando suelo estar o pasar por estas dos esquinas
y está mi vieja calle; son muchos los recuerdos y la nostalgia que me embarga,
la vida continuó, la mayoría ya no están con nosotros, las viejas
construcciones cayeron y como broma del destino se canjearon en pro del
progreso, en edificios, fríos, altos, ya aquellas ventanas antiguas, que miraban
hacia afuera como ancianas con cataratas, no están, las sustituyen altas
paredes de vidrio. De mi calle es poco o nada lo que reconozco, de los viejos
retratos, unos en casa de mami y otros donde mi tío, no nada ni en qué
condición están, al morir ambos dejamos de pensar en esos muertos, que al
final muertos son, las casas cayeron, sus pertenencias se las llevó el olvido,
así es la vida, viva la vida.
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De la autora Zaida Ocampo Mora:
El Cadejo
Historia de mi Padre
Contaba mi padre que, en sus años mozos, él solía ser un joven fiestero.
Pues resulta que un sábado a eso de la media noche, caminaba solo por una
de las calles de Colima de Tibás, eran calles oscuras, porque en aquellos
tiempos, en estos lugares no había electricidad y estaban rodeadas de
cafetales. El pueblo lo constituían unas pocas casas, separadas de hasta dos
kilómetros unas de otras.
En estas calles reinaba la soledad, ni siquiera la luna iluminaba esa noche,
cuando de pronto mi padre escuchó el ruido de unas cadenas que chocaban y
conforme caminaba el ruido se escuchaba más fuerte, de pronto una parte
desprendida de la cerca del cafetal, sale una fila de cuatro perros negros como
el carbón, sujetos unos con otros con unas fuertes cadenas, caminaban en
dos filas, de dos en dos; se orientaron hacia el camino donde venía mi padre,
continuaron su camino, acompañando a mi padre; entonces, mi padre se puso
blanco del susto, sus pies temblaban, pero recordó que en su cuello llevaba
un Crucifijo colgando con una cadena, se lo quitó y dirigiéndose hacia los
perros, reprendió diciendo: Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal”, luego
rezó un Padre Nuestro”; entonces, los perros pasaron al frente de él,
cruzaron al otro lado de la calle y entraron al cafetal.
Tal fue el susto de mi padre, que no volvió a salir de parranda en las noches.
Él aseguraba que esa noche se le apareció el Cadejos…
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De la autora Ana Cecilia Salazar Meléndez:
LA CATARSIS EN LA ESCRITURA
Escribir es:
Dejar que el pensamiento vuele, donde no existen las
barreras ni
las fronteras.
Dejarse llevar por la imaginación
Lanzar las campanas al vuelo.
Dar vida a lo que creíamos que ya estaba muerto.
Plasmar todas las emociones que se encuentran
prisioneras en nuestro intelecto.
Galopar por un sendero que no tiene fin.
Abrirle la jaula a un pajarito para que emprenda su vuelo.
Recordar nuestro pasado con todas sus vivencias ya
sean negativas o positivas.
Tener un arco iris de sueños y locuras que pululan sin final.
Hacer un recorrido real por todo nuestro ser interno.
Remembranzas de un pasado que jamás volverá
Un ave que recorre el
inmenso cielo sin detenerse
Mirarse en el espejo y percibir nuestra realidad.
Escribir es:
Resucitar para volver a vivir
Una catarsis que libera y sana el alma y nos conecta de nuevo a la vida.
Renacer para cobrar nuevos ímpetus.
Esperar que la tormenta pase
y ver el sol brillar de nuevo en
nuestro caminar.
El reencuentro consigo mismo.
Hacer una radiografía a nuestros sentimientos
Soñar estando despierta.
Salir de la cárcel y disfrutar de la libertad
Jugar con el alfabeto
Dejar que salga ese niño que llevamos
en nuestro interior.
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Desnudar el corazón
Matar la nostalgia y la depresión.
Escribir es:
Un rompecabezas de ideas desordenadas
Poner un parche sobre nuestra herida Creer que nuestro mundo es un
paraíso
Escuchar la voz del alma
Entrar a un espacio de diversas sensaciones
Cruzar el inmenso mar
Es el canto del poeta
Convertir el invierno en primavera
Cruzar el puente de nuestros anhelos
Una dulce melodía que entono al escribir
A veces nadar contracorriente
Despertar la soledad y las penas.
Es la expresión de los sentimientos a
flor de piel. Sanar nuestras dolencias psicológicas. Remontar el vuelo como
el águila.
Resurgir de las cenizas
Tomar el vuelo del ave fénix.
Reconstruir de nuevo mi vida
Mirar el futuro con optimismo.
Escribir es:
Sumergirse en una burbuja de fantasías.
Crear un mundo ficticio o real
Abrir el paraguas de la perfección.
Viajar por un mapa imaginario
Un analgésico que alivia el dolor.
Ponerles alas a los deseos.
Flotar en nubes de algodón
Saborear el néctar de la dulzura.
Extraer el perfume de las flores.
Darle vida a una hoja en blanco.
Una gama de aspiraciones y sueños.
Darle un lugar a la locura literaria.
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Escribir es:
Cada día subir un escalón hasta llegar a la cima.
Ir sacando poco a poco los diamantes de un cofre.
Iniciar una serie de aventuras que no terminan.
Un terreno fértil donde se siembran diversos cultivos.
Una dimensión donde el tiempo y la distancia no existen.
Concederle un espacio a la locura literaria.
Mirar el firmamento con toda su exquisita belleza.
Tejer un mundo abstracto y tal vez perfecto.
Mirar el firmamento con toda su exquisita belleza.
Bohemizar parte de nuestras vivencias.
Desandar el camino andado.
Formatear nuestro cerebro.
Cambiar el chip para empezar de nuevo.
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De la autora Nidya Zamora Alfaro
Noche trémula
¿Qué es lo que por las noches me hace temblar…así?
¿Qué es lo que produce este placer en mí?
¿Qué es lo que por las noches me hace suspirar…así?
Soy tu noche, soy tu luna y la cierva de tus montes.
Me iré como mensajero lejano sin regreso
porque no sé cómo salir de esta noche trémula.
Será el roce sutil de tu mano acariciando mi piel ardiente,
será que me alcanzó la tarde y dejé de ser esa joven mujer
que se acosa, que se mira, que se provoca
en escandalosa seducción varonil.
No quiero gritar, que no sean mis palabras
como balidos de angustia, que salen de mi boca
en medio del silencio ensordecedor de la noche.
¿Qué es lo que por las noches me hace temblar …así?
Como leona en la sequía, verdadera leona
cuando aún no amanece ni se le ve la cara al sol.
¿Qué será lo que por las noches me hace temblar…así?
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De la autora Rosa Nelly Corella Elizondo:
Pobre Diablo
Los diablos con su garrote,
llegaron aquí.
Uno a Jaqui persiguió,
ella al baño se metió,
y ahí se desmayó.
El diablo salió matoneado,
y espantado siguió a la procesión,
bien garroteado.
Muy rápido la niña reaccionó,
Y el agua se tragó.
Pobre diablo no volvió,
a salir en procesión.
Mi Sombra
Esa virtud callada, oculta,
Como crimen que cometo.
Cruza la sombra de mi cuerpo.
El murmullo llora en silencio.
Esa angustia inconsolable,
oscuridad secreta,
que encierra mi viva.
Esperanza ilusa,
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olvido querida sombra,
El silencio de tu faz.
Cruje mi vientre.
Nuestra Calle
Nuestra calle que,
nosotros conocemos,
Está en peligro de extinción,
¡Sí !, ya no juegan los niños,
ni corren en patines,
Nuestra calle se olvidó.
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De la autora Vilma Arce
¡Qué Asusta a Los Espantos!
Aquellos personajes que se dedicaban a asustar a los seres humanos,
(fantasmas, aparecidos, y otros del folclor popular), convocaron a una reunión
urgente. De un tiempo para acá no tenían trabajo, pues no requerían sus
servicios para asustar al montón de haraganes que andan por ahí portándose
mal. Algo grave estaba pasando y tenían que averiguarlo pronto porque
corrían el riesgo de ser olvidados para siempre.
Una noche tenebrosa, surcada de truenos y relámpagos y bajo un aguacero
torrencial, se reunieron en una vieja casona, donde vivía Basília, la bruja más
vieja de todas. Los primeros en llegar fueron el Cadejos y El Hombre Sin
Cabeza; ella les abrió la puerta no más al oír las cadenas del Cadejos.
—Qué nochecita escogieron para reunirse —dijo El Hombre Sin Cabeza.
Es que el asunto que nos reúne es tan serio que hasta las fuerzas naturales
están alborotadas.
Cuando ya todos estaban presentes, después de los saludos de rigor, Basília
pidió silencio.
El tema que nos reúne hoy aquí es la preocupación que tenemos, porque ya
no somos la conciencia de los humanos, no logramos asustarlos como antes,
ahora nos ignoran de una manera descarada.
—Ciertísimo —dijo un fantasma, vea nuestro caso, ahora somos nosotros los
que tenemos que escondernos, a los humanos les ha dado por demostrar con
pruebas fehacientes que existimos y se empecinan en tomarnos fotos.
—Un esqueleto haciendo una mueca de tristeza dijo —con nosotros hasta los
niños pequeños juegan.
—Pero ¿qué es lo que los asusta ahora? Preguntó Basília que siendo una bruja
tan vieja ya no salía de su casa.
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Ya no se asustan con sombras o formas veladas, tampoco con nada
intangible mo antes. Ahora han inventado una forma de asustarse poco
usual.
—Pero, entonces, ¿qué los asusta? Insistió Basilia.
Ahora juegan a la muerte cómo el gato y el ratón —contestó Drácula, ahora
los que estamos asustados, somos nosotros.
—Es triste decirlo, la raza humana ha perdido la conciencia y ya no se asustan
con nada, —dijo la Llorona; han inventado sustancias que los hacen vivir en
mundos irreales, y por ellas son capaces de torturar y matar a quienes
obstaculicen su obtención, esas mismas sustancias los convierten en espectros
vivientes. Nosotros por lo menos no nos dejábamos ver, pero ellos andan por
las calles de día y de noche a vista y paciencia de los demás.
Pero Llorona, ¿qué me dice de las armas?, a las que les han perdido todo
respeto, ahora son juguetes para eliminarse entre sí, les encanta ver correr la
sangre, es cómo si necesitaran dosis enormes de ella diariamente. Ni yo soy
tan sanguinario —concluyó Drácula.
Matan a los niños antes de nacer porque les estorban. Compran órganos
humanos para trasplantarlos en otras personas que los necesitan, sin importar
que hayan asesinado a otro ser humano para conseguirlos.
Esclavizan a niños con fines libidinosos o cosas peores aún. Dejan morir de
hambre a poblaciones enteras, aunque en los países ricos cuando hay
excedentes en las cosechas de granos, los queman para mantener los precios
altos en los mercados, y no sigo porque se me ponen los pelos de punta
—dijo El Hombre Sin Cabeza.
Pero sí no se asustan con todas las barbaridades que me han contado, ¿Con
qué se asustan?
—Un Fantasma muy viejo dijo, se aterrorizaban con un invento que hicieron,
le llamaron La Bomba Atómica, pero ya no, ahora los tiene muy asustados la
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llamada Inteligencia Artificial, no me pidan que les explique de qué se trata,
porque aún no he entendido el porqué del miedo.
El gallo cantó y los sacó de sus cavilaciones, todos se fueron con la
irremediable certeza de que serían olvidados.
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Del autor Manuel Flores Montero
El trato de la Yegua
Hay un lugar icónico en Alajuela que es la plaza de ganado de Montecillos. En
una ocasión, andaban Samuel y Domingo Sánchez. Samuel cuando vio a
Domingo de un grito le preguntó: —“¡Diay Mingo en qanda!, ¿qué ha hecho
Dios de esa vida?”; —hola, Samuel, más o menos, vine a vender la yegua.
—¡Cómo así!, me había dicho que es muy buena, sí, pero se me enferla
viejilla y estoy corto e plata, ah y cuánto cobrás, —si es para vos te la doy en
30 pesos, —por qué tanto, está muy vieja, hasta gastados tiene los dientes y
se le está cayendo el pelo, —bueno ofréceme vos; —¡te doy 20,! a viejo
miserable!, en 25 te la dejo, pero vos te la llevás, —¡está bien!, pero me das
la jáquima y el mantillón, —¡no sea sinvergüenza!, —ese mantillón me costó
5 pesos y la jáquima 2, para no hablar más, te la dejo en 27, —¡así está
mejor!, —pero de contado, te conozco muy bien.
Un mes después llegó Samuel muy temprano y estuvo buscando a Mingo, pero
no lo veía por ningún lado, como a las 9 a. m. fue a tomar café y siguió
buscando, al rato lo vio, por allá detrás de unos toros, —¡Mingoo!, ¡mingooo!,
—¿qué pasó Samuel?, —esa condenaa yegua que me vendiste no es como vos
decías, está enferma ha pasado solo echada y casi ni come, —mira Samuel no
seas tan tonto, si te ponés a hablar mal del animalito nunca lo vas a poder
vender. Esto es un proverbio árabe, como grandes comerciantes que son.
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De la autora Sonia Quesada Solís
Silencio que duele
En madrugadas deambulo con esa pregunta de tus ojos
que no sé responder.
Me acurruco en la cama, dejo que la pared me abrace, y derrita esa nevada
angustia que crece en mi cuerpo cuando recuerdo tu partida.
Se acerca una mañana sin sosiego
y mientras apuro el día
que parece sereno,
hay urgencia de regresar a casa…
a volver a pensarte.
Y es que raspo y vuelta a rascar la amarga costra de no detenerte ese día.
De explicar; prometerte intentar cualquier cosa,
y nada dije.
Me culpo y me doy duro cada instante por no romper esta loza muda que
aprieta,
y esta boca cosida de palabras sin salida.
Te pienso
y la rabia me quita la máscara quemante.
Me veo con vergüenza estrecha.
pequeñez de tontuelo siempre corto y desajustado para los amores.
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Es mi hora luminosa
te veo pasar lento por el parque,
y siento ganas de refugio urgente entre los árboles.
Tampoco hoy dije algo…
Prefiero mirar de largo.
Esa ternura de ti, la suavidad del sol sobre tu cara
esa calma con que te alejas.
Al regreso a casa
me queda el recuerdo que entibia y va recogiendo mis pedazos entre los
amarillos velos del sueño.
Despierto aliviado y sereno.
Dispuesto a desayunar la fría oportunidad que dejé ir una vez más.
Estoy hecho de pedacitos sueltos de amor,
y acepto la manera absurda que día a día te añora
pero el amor a muchos excluye de su lista
y soy uno de ellos.
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De la autora Flor Campos Arias
Un amor escurridizo
Aquel domingo, casi de noche, Carlos fue a visitar a Julia, su novia, a la casa
de sus padres. Era una casa humilde de sencilla construcción en madera,
cuyas paredes no eran dobles, así que, a lo interno, sólo había un
emplantillado de reglas, que se usaban como repisas.
El novio llegaba con su amor hecho dulzura en una bolsita con frutinis,
morenitos, pastillas de menta o violeta o los infaltables chicles, por aquello de
mejorar el aliento, al hablar de cerquita los dos. Él no era invitado a pasar de
aquel corredor, que tenía una puerta y una ventana de madera, con un par de
horcones en el frente y una banquita, donde los jóvenes se sentaban a
conversar de sus cosas.
Cada cierto tiempo salían a su encuentro, el padre o la madre de Julia, con
pretextos de conversación, como la tormenta que se venía y con ella la lluvia,
insinuando que era tarde ya. O la madre llamaba a su hija aparte y le decía
—diay qué, ¿a qué hora se va a ir ese muchacho? Y ella se levantaba de
hombros, frunciendo su mentón y abriendo más sus ojos, como diciendo, diay,
yo que sé. La muchacha quería seguir disfrutando, entre suspiros, de la
compañía de Carlos, por eso, cuando él le preguntaba, —¿para qué la llamaba
su mamá?, ella le respondía que para nada. El acoso por apresurar la marcha
del novio se hacía sentir desde el interior de la casa cuando a los padres de
Julia, a ratos les daba una tos fingida que presionaba por la despedida.
Ambos comentaban acerca de lo necios que se ponían sus padres, tanto, que
el hilo de su conversación se aflojaba cada vez más, se entrecortaba hasta el
punto en que el novio mejor decidió marcharse al caer la noche, claro está,
no sin antes besarla apasionadamente, como se le antojaba.
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Estando ella de pie, él puso sus manos contra la pared a ambos lados de su
cabeza, la contempló, la miró fijamente a los ojos y luego a su boca… sin
esperar más, no habría escapatoria, la besaría larga y apasionadamente, al
menos una vez y luego se iría.
Ella se sintió cohibida e intimidada, por la cercanía de él, por aquellos ojos
arrebatadores, encendidos de pasión y descontrol. Muy asustada, en un
instante …, solo se deslizó sorpresivamente hacia abajo, doblando sus rodillas,
para escapar del beso.
El estruendo no fue para menos, desde el interior de la casa se oyó a la madre
decir, los tres dulces nombres y al padre, Jesús, María y José. Todos los santos,
frascos y botellas, que estaban en las repisas internas cayeron y se quebraron
en mil pedazos, cuando el joven golpeó la pared con su cabeza, en su intento
fallido de besar a su novia, quien se escabulló, como también lo hizo esa tarde,
el amor acechado, frustrado, golpeado y avergonzado de Carlos.