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De la autora Gylliam Rojas Costa:
Mi calle, mis retratos, canjeando con la vida
De niña, escuchando a mi abuela al dar una dirección, descubrí las varas, no
se hablaba de metros, "100 varas al norte, 50 varas al sur", y así nació en 100
varas, mi vieja calle, de la vieja cárcel 100 varas al norte, del parque Central
200 varas al norte.
Está distancia era lo que separaba a las dos casas centenarias en las que crecí.
La más vieja ya dividida entre una parte dedicada al comercio, con un
abastecedor, luego un Bar Restaurante y en la cual siempre estuvo una amplia
ventana hacia la calle, donde muchos disfrutaron de ricos tacos, tortas,
tortillas tostadas y ravioles y el resto de la propiedad de mis bisabuelos, fue
mi casa.
Pero yo tenía mi otra casa, la de mi abuela, donde dormía muchas noches,
donde tuve mi jardín encantado, con mi preciosa casita de muñecas, donde
pasé mi niñez y parte de mi juventud, en ésta conocí a muchos antepasados
y familiares, a los muertos por medio de fotos y unos impresionantes retratos
guinda dos en una enorme sala, de muebles raros y espejos con marcos del
piso al techo, en éste reino estaban doña Jesusita, lánguida casi transparente,
etérea y, por ello, algo irreal, en una pared, y antagónicamente en otra doña
Hermelinda, ropa oscura, rostro severo, siempre pensé que no eran amigas,
un bello retrato de una tía abuela, que murió muy joven y como rey de todo
este espacio, el de mi abuelo, a la par de su sombrero y bastón, con esa cara
dulce y mirada calma, lograba la armonía del lugar.
A estas alturas del camino, cuando suelo estar o pasar por estas dos esquinas
y está mi vieja calle; son muchos los recuerdos y la nostalgia que me embarga,
la vida continuó, la mayoría ya no están con nosotros, las viejas
construcciones cayeron y como broma del destino se canjearon en pro del
progreso, en edificios, fríos, altos, ya aquellas ventanas antiguas, que miraban
hacia afuera como ancianas con cataratas, no están, las sustituyen altas
paredes de vidrio. De mi calle es poco o nada lo que reconozco, de los viejos
retratos, unos en casa de mami y otros donde mi tío, no sé nada ni en qué
condición están, al morir ambos dejamos de pensar en esos muertos, que al
final muertos son, las casas cayeron, sus pertenencias se las llevó el olvido,
así es la vida, viva la vida.