Retrato paterno

Lucía Gabriela Vindas Vargas

Mi padre tiene en cada pliegue de su piel

innumerables historias custodiadas

por las blancas hortensias de sus cabellos;

mientras su frente de niño divaga entre adivinanzas,

y colecciona refranes para nunca envejecer.

En sus manos los milagros son recurrentes

transformando lo cotidiano en un acto de ternura,

cueros, telas, maderas, metales y plásticos,

se metamorfan al tocar sus dedos,

mientras invade a cada uno con su artilugio.

Le gustaba vender sonrisas

empacadas en papel de pan,

y perpetuar costumbres de domingo

en la madrugadora pulpería;

además de domesticar abejas

y platicar con ellas a la sombra de algún almendro.

Cuando sus huesos de mimbre eran más fuertes

transportaba la caña y el café

con su tractor colmado de ensueños;

y retrató los antaños de su zurcida pupila

con su pequeña cámara de tono sepia.

Se enamoró de mi madre un día de Corpus Christi,

y desde entonces colmó de devociones su lecho,

cubrió de cimientos la fecunda parcela de su matrimonio

donde forjaron las seis vidas que heredan su legado,

esas seis vidas que hoy tratan de asemejarse, al menos un poco,

al retrato insuperable que abarca su nombre.