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Precisando con minuciosidad los movimientos recurren-
tes y sus polaridades, no duda en ser combativo con lo
que él llama la “doctrina del culturalismo” impulsada por
el posmodernismo. Señala su complicidad en procesos
que convierten la cultura en una especie de fármaco de
efecto amnésico, que difumina la necesaria observación
de los conflictos sociales contemporáneos.
Por esto mismo acusa abiertamente el discurso de los lla-
mados estudios culturales y manifiesta que “el interés por
el pluralismo, la diferencia, la diversidad y la marginali-
dad ha dado frutos valiosos, pero también ha servido para
desplazar la atención de cuestiones más materiales (…) la
cultura se ha convertido en una forma de no hablar sobre
el capitalismo, (…) el culto a la inclusión contribuye a
ocultar esas diferencias materiales” (p. 49).
Con este gesto, el de deshilachar aquello que se mueve de
forma inconsciente en la cultura, avanza Eagleton hacia
el tercer capítulo. Aquí explora la relación poder-hege-
monía-cultura, y lo hace a partir de uno de sus elementos
aglutinantes: la ideología, entendida como lo que denota
“valores y prácticas simbólicas que en un momento dado
están siendo empleados para el mantenimiento del poder
político” (p. 67), con el fin de transformarlo en cultura,
“disuelto en la textura de nuestro comportamiento coti-
diano” (p. 81).
Pese a este escenario que podría parecer sombrío, Eagle-
ton aprovecha para hacer una observación significativa:
“la cultura no siempre es un instrumento del poder. Tam-
bién puede ser una forma de resistencia” (p. 69).
Este tironeo de la cultura es problematizado por Eagle-
ton, con lo cual recurre a diversos pensadores y escritores
(Marx, Burke, Herder, Eliot, Williams), para entretejer
los diferentes intereses sociohistóricos a los cuales cada
uno de ellos busca dar respuesta. Aquí nuestro autor nos
muestra esa capacidad nómada que le permite establecer
puentes entre lo analógico y lo digital. Bajo una estrate-
gia en la que muta de un espacio-tiempo a otro, como un
hipervínculo, Eagleton salta de una historicidad a otra,
conecta aquello que puede potenciar la profundización de
los temas que pone en discusión. Como buen desatador
de lo complejo, nunca pierde de vista la relación entre las
partes y el todo del “nudo”.
En el cuarto capítulo, ahonda en la cultura como espacio
interpretativo contradictorio, de apariencias y ficciones,
a partir de la figura de Oscar Wilde. Para Eagleton, es
preciso aplicar el extrañamiento como estrategia com-
prensiva. La marginalidad, aquí entendida como ese des-
plazamiento que permite amplitud de mirada, coloca a la
cultura también como posibilidad de liberación.
La disputa de intereses convierte a la cultura en un territo-
rio en conflicto, donde tiene cabida tanto el “yo” como el
autoplagio, el espejo y la propaganda; el individualismo
de doble vía que puede orientar no solo al altruismo como
fachada del egoísmo, sino también a la autorrealización
colectiva. Las tensiones, entre elitismo y socialismo,
gratificación y castigo, ocio y trabajo y la circulación de
ideas desafiantes, abren la puerta tanto a la utopía cultural
de propiciar “espíritus libres” (p. 126), así como a una
nueva forma de producción de masas.
Hacia el capítulo quinto y último, la rigurosidad del crí-
tico literario pone de manifiesto el dilema de la cultura,
desde una perspectiva de la influencia del industrialismo
y la tecnocracia, en donde somete a cuestionamiento las
capacidades de adaptación promovidas culturalmente en
los seres humanos como forma de vida.
Eagleton no es un autor complaciente que se quede en
una visión romántica o teológica de la cultura, antes bien
nos deja muy claro los cambios drásticos que nos hemos
autogenerado. En este sentido podría resultar incómodo,
ya que no tiene reserva en señalarnos como “una socie-
dad inorgánica ha mutilado nuestra humanidad común,
mientras que los modos mecanicistas de pensamiento han
expulsado al exilio a la imaginación creativa” (p. 128).
Esta situación le interesa, ya que considera que la cultura
puede ser movilizadora de la imaginación y esta es la que
“nos permite vislumbrar posibilidades alternativas al pre-
sente” (p. 128); es la forma en que podríamos recuperar el
ser agentes de nuestra propia historia para superar la frag-
mentación y el aislamiento en el que nos hemos recluido.
En este sentido, la idea de cultura, no tomada en forma
ingenua, ni como cómplice del poder, sino autocrítica,
cercana y presente en la cotidianidad, se convierte en un
impulso revolucionario, en un instrumento para la trans-
formación social que debemos activar desde una búsque-
da de la autorrealización y de la libertad, que desafíe el
sistema imperante y asuma el principio de colectividad
solidaria.
En el desenlace del libro, Eagleton nos muestra su giro
innovador en sus conclusiones. Su acción principal con-
siste en abordar la cultura desde una noción relacional
Yulök Revista de Innovación Académica, ISSN 2215-5147, Vol. 4, N.º 2
Julio- diciembre 2020, pp. 114-116
Chaves, R. Recensión del libro: Cultura de Terry Eagleton.