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Yulök Revista de Innovación Académica, ISSN 2215-5147, Vol. 5, N.º 2
Junio- diciembre 2021, pp. 20-29
Barquero, D., Valerio, J. El sujeto femenino en el relato modernista salvadoreño: lectura de su construcción
e implicaciones culturales.
cultural de los países al mismo tiempo en que estos cons-
truyen su identidad.
Según su apreciación, la mujer es vista patológicamen-
te, es una auténtica debilidad social, hecho que refuer-
za la creencia machista de la mujer como el sexo débil.
Además, relaciona la estética modernista de la exaltación
de lo exótico y lo bello con la configuración de la mujer al
recordar que se la describe como una estatua, como algo
que debe ser protegido a la manera de aquellos hermosos
objetos decorativos foráneos que suelen ser parte de estos
textos. La autora recuerda que hasta finales del siglo XIX
«la mujer se vio relegada al espacio doméstico, sus cua-
tro paredes, y sus deberes como esposa y madre» (Pérez
Abreu, 2005, p. 2); como tal, y aunado a las necesidades
sociales de configurar la sociedad centroamericana en to-
dos sus aspectos luego de la independencia, se incluye un
rol femenino específico en esta nueva nación, el de «[l]a
mujer dominada, sumisa, y subalterna al padre o esposo
se convirtió en el modelo burgués que intentó imponer»
(Pérez Abreu, 2005, p. 3). No obstante, aunque se quiso
construir esa identidad de mujer subordinada al poder pa-
triarcal, a la vez se elaboró una imagen de mujer peligro-
sa, pues, aunque se retratara como una madre totalmente
entregada y como esposa casta, también era representa-
da en una especie de peligro debido a su «sexualidad, su
contacto biológico con la naturaleza y el mundo material
por medio de la concepción y el parto. Así, la mujer se
convierte en una devoradora de la energía masculina y del
dinero del hombre» (Pérez Abreu, 2005, p. 3).
De esta forma, la mujer se empezó a desarrollar en este
movimiento bajo dos facetas: la deseada carnalmente y la
adecuada para formar una familia; y esta última, a su vez,
como base para la construcción de las repúblicas nacien-
tes. Al ser la mujer la persona más íntima en el ámbito
familiar, o de calidad de amante, podía tener acceso a la
debilidad del hombre, por lo que «[m]ientras el hombre
debía probar su virilidad por medio de la erección, la mu-
jer se consideraba ‘aventajada’ al no tener que demostrar
su feminidad» (Pérez Abreu, 2005, p. 3): esta situación
atemorizaba a los hombres. A partir de esta idea, los auto-
res empiezan a relacionar a la mujer con figuras bíblicas,
de manera que algunas de ellas se convierten en la Eva
moderna, una mujer «frívola y tentadora que corrompe a
la sociedad, es decir, a los hombres forjadores de socieda-
des (…) era, pues, la causante del mal no sólo espiritual
sino también físico en el hombre» (Pérez Abreu, 2005, p.
4). En esta época, la sexualidad de la mujer era controlada
por los parámetros establecidos según lo que los hombres
consideraban correcto o adecuado, en el caso expuesto
por la autora se entablan dos condiciones: la destrucción
que puede venir al orden patriarcal a través de la sexuali-
dad femenina; y una segunda condición es el que la cas-
tidad de la madre y de la esposa era lo que realmente se
apreciaba. Con ello, se niega la primera condición feme-
nina, permitiendo que la mujer fuera únicamente acepta-
ble como «esposa casta o madre abnegada, pero funda-
mentalmente asexual» (Pérez Abreu, 2005, p. 7).
En otras palabras, el «modernismo veía a la mujer como
sujeto material exclusivamente» (Pérez Abreu, 2005, p.
7), era parte de los objetos exóticos, una vasija, una esta-
tua o un ser etéreo, pero no una persona y mucho menos
un ser capaz de experimentar los mismos deseos físicos
e intelectuales. Un contrapeso realmente impactante para
el desarrollo del pensamiento de la época, señalado por
Camacho Delgado (2006), es que la mayor parte de las
concepciones científicas se dedicaron a demostrar que las
mujeres eran, por muchas razones, inferiores al hombre:
«las nuevas ciencias no cuestionaron los viejos tópicos
sobre la sexualidad femenina, sino que los reforzaron,
dándoles un nuevo barniz pseudocientífico. En cierto
sentido, la autoridad bíblica, tan injusta con la sexuali-
dad femenina, fue sustituida por la autoridad biológica»
(Camacho Delgado p. 30).
De esta forma, no solo se construía una imagen desde la
ciencia de lo que era la mujer, sino que esta se veía refor-
zada por las construcciones literarias que revivían viejos
estereotipos y arquetipos mujeriles. Es así como la fémi-
na onírica es la que llama más la atención de los hombres:
El escritor, desde el nuevo registro de su sensibili-
dad, se convierte en un voyeur que contempla entre
fascinado y perplejo los muchos peligros que ofre-
ce la sexualidad femenina (…) Es el hombre quien
crea a la mujer mala y la crea a su imagen y seme-
janza, para deleite de sus sentidos y como válvula de
escape de las tensiones sexuales que atenazan el in-
minente cambio de siglo (Camacho Delgado, p. 32).
Una representación importante de la mujer es la de Salo-
mé, cuyo mito viene a Hispanoamérica gracias a la obra
teatral homónima del autor inglés Oscar Wilde (Camacho
Delgado, p. 38). Esta fémina «representa la perversión
sexual de una adolescente virgen que provoca los deseos
más irrefrenables con sus bailes exóticos» (Camacho
Delgado, p. 32). Además, no solo se trata de la depra-
vación que pueden albergar las mujeres, también recrea
aquella «mujer sexual con su misterio intrínseco, con su