La mano peluda
DOI:
https://doi.org/10.47633/8rxk4340Keywords:
Cuento corto, literatura costarricense, literatura, horror, cuentoAbstract
Bendita frase, por no decir algo más, que evoca un episodio traumático que le tocó pasar a Eladio, ya hace muchos años.
Nunca pudo descifrar si sucedió por falta de tolerancia de su padre o por ser muy fogoso, tal vez un poco de ambos. El asunto es que un día, aprovechando el ático de una casa que su familia habitaba en su niñez y una plaga de gatos que se refugió allí, provocando ruidos escandalosos, interminables, horribles e insoportables —principalmente en la noche—, su padre señaló con su dedo índice el sitio para indicar que, debido a su comportamiento, había llegado la mano peluda a la casa, y que era ella quien producía semejante alboroto que se había asentado allí. Inocente como era a sus escasos cinco años, no tenía argumentos para contradecir el relato, por lo que lo creyó en su totalidad y, como por arte de magia, perdió por completo la paz.
No hizo preguntas acerca de tamaños, formas, intenciones o algo más. Tampoco las razones de su visita, a pesar de reconocer que lo suyo era poco comparado con el comportamiento de los gemelos Aguilar, que vivían tan solo dos casas atrás. La sola idea de semejante figura, a escasos metros de su cama, lo sobrecogió por completo. La imaginó negra, peluda por montones: pelos largos, gruesos, deformes, aberrantes y aterradores ocuparon su mente. Se desgastó en sus intenciones, las razones por las que fijase su atención en él, la necesidad de merodear su morada y cientos de pensamientos más.
Pasó noches francamente tristes y oscuras. Los ruidos abundaban y estaba lejos de poder interpretarlos. Tan solo alcanzaba a pensar en esa mano que se acercaba a su aposento y no le permitía conciliar el sueño, por lo que buscaba toda excusa para estar en el cuarto de sus padres y acurrucarse allí hasta poder dormir.
No conserva mayores recuerdos al respecto; no identifica si la estrategia para mitigar sus travesuras funcionó y, si lo hizo, por cuánto tiempo se logró. Sí reconoce que, a partir de esa época, fue un tormento pasar noches oscuras o estar solo en la casa, lo cual se convirtió en motivo de muchos malos ratos, incluso en tiempos más recientes. Reconoce, eso sí, que, por tal experiencia, los temas oscuros y tenebrosos despertaron su interés por conocer más, por buscar relatos, lecturas o películas de suspenso, que más tarde en su vida se interesó en devorar.
Finalmente, la mencionada alegoría —con el paso del tiempo pudo entender— sucedió debido a la época de celo de la gata del barrio, que usaba el sitio como su refugio amoroso. Probablemente, resueltas sus necesidades carnales, la invasión gatuna se redujo poco a poco hasta que terminó por desaparecer.
Aunque no descartó que, una vez su padre entendió la “metida de patas” que se pegó —y que su madre le recordaba cada vez que Eladio invadía su cama, lleno de temores por semejantes ruidos y sensaciones—, hizo hasta lo imposible por evitar más ruidos e incomodidades en ese lugar, en el ático de la casa.
Nunca dudó de las buenas intenciones de su padre a lo largo de su vida, aunque es imperioso señalar que eran otros tiempos y que situaciones como esta, por su falta de recursos para gestionar a un niño impetuoso luego de un arduo día de trabajo, formaban parte de las experiencias diarias de muchas familias en general.
Es evidente que el tratamiento de la hiperactividad en los hijos hoy se aborda de manera diferente, y no como se presentó en este relato, lúgubre y tenebroso por demás.
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